jueves, 11 de septiembre de 2008

Vino Richi y mucha gente más


“¡Qué viene Richi!”. “¿Quién?”. “¡Richi!”. “Y ¡¿quién es Richi?! Cari, yo sólo veo veo el morro de José Manuel Parada a quien todo se le consume excepto el morro”. Como una besuga -yo, no Parada-, servidora no se enteraba de nada. Rien de rien. Y era facilísimo. Que anoche se estrenaba en el Teatro Fígaro Adolfo Marchillach el clásico de Larry Shue con el que Rowan Atkinson se convirtió en Mr. Bean. “¡Anda salero!”, os habréis dicho sorprendidas. Pues lo mismo que dije yo cuando leí el folletito que me dieron en la entrada. Si es que no hay nada como tener las gafas de cerca... Gracias a ellas pude enterarme de que se trataba de un exitazo internacional que Javi Martín, Secun de la Rosa y la grandísima Marta Fernández Muro protagonizarán ahora en Madrid. Que antes lo había hecho Angel Martín, el presentador inteligente, pero que ahora lee a Schopenhauer y le ocupa todo el tiempo... Vaya... Me hacía a mi ilusión verle. De hecho, me dijeron que pasó por delante de mis pechos pero, entre su tamaño y el de mis idems, ni la coronilla le divisé. Me tuve que conformar con Juan Garcia que es, la verdad, conformarse con mucho. Yo, menos de un Mr. Universo, nasty. Porque yo lo valgo, como Heather Locklear en el anuncio de L’Oreal, por cierto, igualita-igualita que Silvia Tortosa. Adoro a Silvia Tortosa. Es vintage. Ella cree que tiene quince años y que vivimos en el años 72. De hecho, se viste como si los hubiera cumplido precisamente ese año. ¿Qué necesidad tiene ella de atarse una chaquetita de punto mantequilla combinada con una falda de vuelo mantequilla y un chal con pompones de conejo mantequilla y, de esta guista, enseñarlos el ombligo? Ninguna. Pero lo hace y por eso me flipa. Y hablando de grasas animales y/o vegetales, Raúl, el cantante, no cuece, él enriquece siempre ¿no? Ese pechito responde a unos sandwiches con doble capa de margarina... Jaydy Mitchel ya podía comerse alguno. La ví yo la tez verde, mona, pero verde. Y que no me venga ahora que era la luz porque no, que Blanca Marsillach tiene el teatro como un jaspe, que ella es un amor y sabe del show bussines la vida. Y un pelo, que qué melena tiene. Eso era justamente lo que le fallaba a Laura Sánchez. Nena, Lauri, ese presilla en la nuca rollo “tengo las empanadillas puestas en el fuego” no y no. Al menos, no parecía recién levantada como todos niños de Física y Química que, si no fuera por el pelo, entre todos juntos no pesan ni 125 gramos. Y todos, así, como desfallecidos. Nada que ver con Loles León o Cristina Almeida, más vivas que dos ardillas pero, claro, sin que la cintura les acompañe. Ni falta que les hace, Carlos Diez las tiene de musas.

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