jueves, 11 de septiembre de 2008

Leyendo entre líneas


Estaba yo viendo la tele mientras daba buena cuenta de un helado de corte de tres sabores, que me encanta porque tiene toda su grasa y todos sus conservantes pero nada de nutrientes, cuando, de repente, me veo asaltada por una imagen que llenaba la pantalla. “Esa megacacha yo lo conozco”, me dije mientras la nata nylon me chorreaba por la pechera. Y vamos por Dios que si la conocía... Era la de Marisa Jara paseando prosciutti, o sea, jamoncitos, con la falda remangada y por toda la orilla. Y no en Guardamar de Segura, no. En el Lido que, para la que sea más lectora de Caza y pesca que de Vanity Fair, se trata de la islita donde se celebra el Festival de Venecia. O sea, que os resuma para que os indigne igual que a mí: Marisa Jara, en el Festival de Venecia. Pero ¡¿y eso cómo puede ser?! ¿Acaso llevaba el pelo teñido de azul con dos tijeretazos en el flequillo perpetrados por una segadora, los pies con unas durezas que echabam chispas carretera abajo y un entrecejo con el que podría hacerse una manguito? Como veis, os estoy describiendo a cualquier niño de Brangelina que, eso, en vez de niño, es como Nina Hagen en versión rollito de primavera... Para autoconvencerme, que en autoconvencimientos soy mejor que la Duquesa de Alba con su rollo de la no-boda porque, tiene cuajo que, esos hijos con esos matrimonios todos tan exitosos, le prohíban casarse, pensé que la modelo debería estar de cangura. Precisamente consideré que debía de serlo de los vástagos de Brangelina o de George Clooney, que está siempre por ahí más solo que la una y pegado como una lapa a cualquiera. Y quien dice cangura dice ama de cría porque ojo pecho… Pues te digo yo, que no la arriendo las ganancias. Menudos días debe estar pasando porque, esos niños tienen una pinta de ser unos chungos que riéte tú del jurado de Factor X. Que yo me río la vida, la verdad. Entre Micky Puig, que no sabes dónde le empieza la papada y dónde le termina la pantorilla, y las otras dos –la Roca y la “soy moderna porque llevo flequillo”-, ambas con el ojito pitarrañoso, como constipado y con necesidad de un baño de manzanilla, yo, nenas, me parto. A mí, esos me juzgan y les canto yo unas verdades que se quedan más tiesitos que Ana Botella cuando debió enterarse del rumor de su marido y la ministra francesa que diría ella: “José Mari, rey...” Lo mismo que le debió decir el marido de Silvia Munt a Silvia Munt cuando la viera liada con la jeringuilla del colágeno para el labio a lo que sumó. “Nena, para ya un poquito”. Porque, la verdad sea dicha, cuando la operación tiene los resultados de Doña Letizia, una empieza por la nariz y la barbilla y continúa y continúa hasta quedarse como Dayana, la Miss Universo, que mira tú que mona pero qué nombre de lagarta comerratas. Pero, claro, si ves que te queda como la ceja de Pablo Motos o como la nariz de si olieras a caca rollo Paulina Rubio, digo yo, que debieras leer entre líneas, o ¿no? A mí me flipa leer entre líneas. En las fotos del antes y después de José Bono extraigo, por ejemplo, que el castaño oscuro en tinte queda talmente negro kanfort; que Mar Flores, de elegir bikinis la pobre no tiene ni idea porque qué cosita más fea, pero qué buen tipo mantiene la muchacha; y de la separación de Carlos Larrañaga, caris, que eso nos va a dar unos momentos ideales...

No hay comentarios: