viernes, 5 de septiembre de 2008

Austeridad de ayer, hoy y siempre


Me daba miedo, caris. Hijas, no sé... A mí, El Escorial, si no es para comerme una asado con sus patatitas, ese Monasterio me impone la vida. Y Felipe II con ese prognatismo como Kira Knightley y esa sillita de piedra que qué austeridad, que ni un cojincito de ganchillo mullido, también. Y, por si faltara poco, tela con las intrigas y conjuras palaciegas. Riéte tú del nones que le han impuesto a la Duquesa de Alba a su inminente bodorrio. Qué ojo siglos lleva esa Casa, por cierto... Mala que está Cayetana, evidentemente. Gracias a Dios que todos mis terrores se iban a desvanecer igual que si fueran Lindsay Lohan y sus primas con un bote de pegamento. Vendría un Príncipe Azul a salvarme. Bueno, azul, azul, no. Más bien, color coral. Y príncipe, tampoco, alcalde... Pero, qué alcalde. Alberto Ruiz-Gallardón, con su camisa a juego con su bronceado aún candente, servía de anfitrión en el estreno de la película La Conjura de El Escorial, un drama histórico ambientado en la España del XVI dirigido por Antonio del Real. Una época oscura, turbulenta, cruel de la que, como un buen joyón Tiffany’s o unos Manolo Blahnick, Alberto me protegería, porque, con ellos, nada malo te puede ocurrir. Y la verdad sea dicha, que no las tenía todas conmigo. Carla Duval no arreglaba la situación. Carla ¿cómo podrá respirar por esa naricita? A mí, aunque me da reparo, me encanta Carla. La considero la evolución natural de la especie y supongo que el aire que aspira, como es escaso, lo guarda en los pómulos en dos minicámaras de compresión. Con el agujero de ozono, todas tendremos una cosa igual. Ella, en cambio, ya lo tiene. Javier Rojo también daba su yuyu. Con sus zapatos color vino de tafilete y punta supina, tan rapado como va, vale que es Presidente del Senado, pero ¿del de la Guerra de las Galaxias?... Y, para más inri, la hija de Fernando Fernán Gómez... Que estaba yo asustadiza, vaya... Además, es que me contaron que la factura de la peli es tan flipante, las armas, las batallas, y que las imágenes tienen tal verosimilitud que parece que hasta huelen. Mal, porque olían mal. No había gel Nelia ni agua corriente, a ver... Pero, anoche, no. El pelo de Jordi Mollá a lo mejor, pero Julia Ormond tenía un aspecto de limpia y de estupenda que quitaba el hipo con un abrigo-vestido en seda negro años ’50, que ya podría haber aprendido algo Ainhoa Arteta, a la que sólo le faltaba el joyero pegado con dos grapas. Todo lo demás, lo llevaba puesto. Era como la hermana sin nacarar de Marili Col, que debe sujetar el maquillaje con laca. Jenny Llada prefiere los andamios, en ese espesor podía ocultarlos. Otras, como Marlene Morreau, en cambio, prefieren enseñarlo todo. Aunque, ya que se pone, que no lo haga bajo lycra malva...

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